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"Happiness, happiness, happiness…"

En mi viaje fugaz a Portugal tuve el placer de conocer Sintra, un pueblo que fue declarado patrimonio de la humanidad, envuelto en ancestrales historias, castillos en colinas, palacios y mansiones, rodeado de un hermoso bosque. Mi paseo tuvo una parada inesperada que se llevó la mayor parte de la tarde.


Estábamos con el tiempo justo para visitar un castillo pero sólo llegamos a ver los bosques y algunos palacios desde afuera… mientras caminábamos, algo llamó mi atención: en un rincón del camino seis baldes azules con dos varillas cada uno formaban un círculo, y en el medio había un objeto rojo. Desaceleré mi paso para ver de qué se trataba, y a unos metros vi a un señor de unos 50 años con un sombrero marrón y anteojos, pantalón a la rodilla, remera negra y camisa estampada azul y amarilla desabotonada. Levantó dos varillas del balde más cercano, y empezó a hacer burbujas gigantes… quedé fascinada y no podía irme. Sabía que estábamos con poco tiempo, pero tenía que preguntarle…


Esperé a que tome un descanso, me acerqué y me presenté “Hola, ¿cómo estás? Mi nombre es Vicky, soy fotógrafa y me encantaría hacerte unas fotos y unas preguntas para contar tu historia, ¿puedo?”. Su primera reacción fue mirarme sorprendido, y en seguida me dijo: ¿qué querés saber? Le pregunté de dónde era y por qué estaba haciendo burbujas gigantes. Su respuesta fue “soy de acá, de Sintra, y para la segunda… ¿tenés tiempo?”

Contándome que rara vez se acercan a presentarse y pedirle permiso me contó que en realidad él es profesor de matemáticas, apasionado de la geometría y el análisis del número áureo. Dejó de dar clases y se puso como objetivo recordarles a las personas que pueden ser felices, con acciones tan simples como acercarse a quienes caminan con el ceño fruncido y repetirles “happiness, happiness, happiness…” hasta sacarles una sonrisa.


Los baldes… esos están para compartir con aquellos que, sumergidos en la vorágine del día a día, se olvidan de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.


Mientras charlábamos, una nena de unos 6 años se acercó a dejar una moneda y en ese momento perdí su atención por un minuto… pidiéndome disculpas me dijo “ahora vuelvo”. La nena no había dejado sólo monedas sino también caramelos. Carlos recogió los caramelos y corrió cincuenta metros hasta la nena, se los devolvió, le dijo algo y volvió. Cuando retomamos la charla aseguró: “los niños son quienes tienen el corazón más grande. Le dije que cuando vuelva puede jugar con uno de los baldes un rato”


El tiempo mientras hablábamos pasó muy rápido y me dijo que esa era la primera vez que se animaba a contar cosas de su vida a alguien desconocido que le haya preguntado… fue entonces que me contó que cuando era chico disfrutaba mucho hacer reír a sus padres y a su familia. Mientras tomaba de nuevo las varillas para volver a su trabajo sonrió y me dijo “respondiendo a tu pregunta… lo hago porque me gusta hacer sonreír a la gente”


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